Ayer la vi. Tenía los ojos oscuros y brillantes. E iba contra el viento adormeciendo todos los mares. Su cabello largo, su dominante presencia me llevaba de acuerdo sus deseos.
Ella, que siempre esta muy lejos (en otro tiempo), aun estando tremendamente cerca de mi cuerpo. El mundo todavía se detiene, o da sus vueltas mucho mas despacio, cuando camina. Es extraordinaria. Y no es mía. Es de todo aquel que la contempla. Es una belleza errante, que me concedió un deseo, una sola noche, de esas que saben a secreto y a encanto. Y a ese placer que solo dan los besos y las palabras entrecortadas.
Tiene en sus manos el poder de darle sentido a los sentidos. En sus brazos pude ver más a esa corta distancia de sus pechos, mucho más allá de lo que vi en los profundos abismos de preguntas y en las frecuentes escapadas de mi cuerpo y espíritu a otros lares, con otras voces.
Dulce es su lengua que transmite caricias de otras pieles visitadas. Pude sentir todo el placer que la había atravesado antes de nuestra noche, y todo el conjunto de maravillas que le esperan. Con su tacto seguía convocando a todo aquel que me hiciera emerger del silencio que me hunde en las olas de su mirada.