Qué felicidad sentir que el mundo se ha vaciado.
Caminar por calles desoladas,
por el fin del mundo,
a las tres de la madrugada.
Ausencia de ausencias,
de voces y dinero.
No hay cielo ni infierno,
el aire se posa sobre mi rostro
en copos de silencio,
la noche sella mis labios
con un beso de despedida,
y abre mi corazón como una tumba.
Ningún cuerpo estaría más despierto
si lo poseyera en mi carne.
Soy la instante.
La belleza desciende.
No hay entrega: me abro.
No necesito parpadear,
todo cabe en mi pupila,
y crece tanto más cuanto se acaba.